jueves, 22 de octubre de 2015

Que el gluten no se te atragante…


Debemos tener en cuenta que un 2% de la población adulta padece alguna alergia alimentaria, según la EUFIC (European Food Information Council). En la población infantil, esta cifra es superior. Entre un 3 y un 7%.



Dicen del desayuno que es la comida más importante del día; conlleva el 25% de la energía total diaria que nuestro cuerpo necesita. Tras la cena del día anterior, el desayuno es la primera aportación energética que hacemos a nuestro cuerpo. recargamos el cuerpo después de unas horas de descanso y esta recarga debe ayudarnos a rendir todo el día, física y mentalmente.  Así pues, el desayuno nos permite coger energía para pasar todo el día. 

Por lo tanto tenemos que elegir muy bien qué comemos para desayunar. Y la verdad es que tenemos muchas opciones: pan, fruta, cereales, tostadas, mermelada, embutido … Sea como sea, la mayoría de personas podemos comer gran variedad de alimentos, lo que nos permite hacer desayunos variados. 

Sin embargo, hay un pequeño porcentaje de personas (aunque cada vez más elevado) a quien determinados alimentos los provocan reacciones adversas. Estas reacciones adversas pueden ser debidas a una alergia alimentaria o una intolerancia alimenticia, por ejemplo a la lactosa o al gluten. De ahí la importancia de tener cuidado de un buen desayuno. 

Debemos tener en cuenta que un 2% de la población adulta padece alguna alergia alimentaria, según la EUFIC (European Food Information Council). En la población infantil, esta cifra es superior. Entre un 3 y un 7%. 

Pero, ¿cuál es la diferencia entre alergia e intolerancia alimentaria? 

Una alergia alimentaria es una forma específica de intolerancia a un alimento, o uno de sus componentes, que activa el sistema inmunológico. Un alérgeno provoca una serie de reacciones en cadena en el sistema inmunológico, entre las cuales la producción de anticuerpos, que provocan una segregación de sustancias químicas, como la histamina, que puede producir síntomas tan variados como picor, moqueo, tos… En resumen, una alergia es una respuesta inmune exagerada del organismo cuando entra en contacto con un alérgeno alimentario. 

El Comité Científico de la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria reconoce como alérgenos más frecuentes: la leche, los huevos, los crustáceos, frutos de cáscara, el pescado, el trigo y otros cereales, etc. 

A diferencia de la alergia, la intolerancia alimentaria afecta al metabolismo pero no al sistema inmunológico del cuerpo e implica la incapacidad de consumir ciertos alimentos sin sufrir efectos adversos sobre la salud. Puede tener síntomas similares a los de una alergia. La intolerancia alimentaria se da cuando el cuerpo no puede digerir correctamente un alimento o uno de sus componentes. 

Las intolerancias más comunes son a la lactosa y al gluten, y son precisamente las que más afectan a la hora del desayuno.  Así pues, un buen desayuno, el de la dieta mediterránea, contempla: lácteos, pan, galletas, cereales y fruta fresca (entera, troceada, zumo…). 

La enfermedad celíaca es la reacción a la ingesta del gluten; una proteína presente en el trigo, cebada, avena, espelta, kamut… La ingesta de alimentos con gluten provoca, a las personas intolerantes, una lesión en las vellosidades del intestino delgado que afecta a su capacidad de absorber los nutrientes presentes en los alimentos (proteínas, carbohidratos, vitaminas, grasas…). Cuando se elimina el gluten de la dieta, el intestino se regenera gradualmente y desaparecen los síntomas. 

La intolerancia al gluten o celiaquía afecta a 1 de cada 100 personas en el mundo, y es considerada la enfermedad crónica intestinal más frecuente en Occidente. Puede presentarse en personas de cualquier edad y es más común entre las personas de raza blanca. 

Como ya hemos comentado, el gluten está presente en muchos alimentos que tomamos en el desayuno, así pues, en caso de intolerancia al gluten, tendremos que eliminarlo de la dieta y optar por otras opciones. 

Lo mismo con la lactosa, el otro componente susceptible de provocar una intolerancia alimentaria. Ésta se produce cuando los niveles de lactasa no son suficientes para digerir la cantidad de lactosa que hemos tomado. 

La lactosa es el azúcar principal de la leche y está formada por la unión de una molécula de galactosa y una de glucosa. La lactosa no es digerible en el tubo digestivo, por lo que hay que romperla separando la glucosa de la galactosa para permitir su correcta absorción. Para llevar a cabo esta función, el organismo dispone de una enzima específica denominada lactasa, que se produce en el intestino delgado. 

La intolerancia a la lactosa se produce cuando los niveles de lactasa no son suficientes y esta llega al colon de forma íntegra, es decir, sin romper sus moléculas, lo que produce reacciones como gases y ácidos. 

Así pues, sufrir una intolerancia alimentaria conlleva tener que renunciar a ciertos alimentos, pero aquí no se acaba el mundo; actualmente hay muchas y variadas opciones que no incluyen ni gluten ni lactosa. La industria se ha puesto las pilas para satisfacer un sector de la población, cada vez más numeroso, y ofrecerle productos adaptados a sus necesidades. 

Así encontramos, por ejemplo, una gran variedad de bebidas vegetales, sin lactosa y muchas sin gluten, en contra de la falsa creencia de que el calcio sólo se encuentra en la leche.


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